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Ingenieros de cartón



“Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que brinda, pero tampoco ha sido tan igualador en las ideas y las costumbres que impone” (Eduardo Galeano).
“Yo tengo mil estrellas mientras que ellos solo tienen cuatro”, dice La Maru con una sonrisa al ver entrar a unos señores de corbata en un hotel de cuatro estrellas. Duerme en una céntrica plaza madrileña al lado del susodicho hotel. Tiene 38 años y es una más de los 30.000 sin techo que viven en toda España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE); solo en Madrid hay unas seis mil personas, de las cuales mil quinientas tienen como única morada unos cartones, mientras los otros se reparten en albergues cuando tienen suerte de conseguir una plaza temporal.
Sentada en su hogar, la conversación transcurre mientras La Maru prepara su ración diaria de droga en una improvisada mesa de cartón. “La coca es vicio, el caballo es una necesidad física, una enfermedad”, explica. Esta madrileña se enganchó al caballo hace varios años y luego lo dejó reemplazándolo por metadona; ahora la ha dejado y ha vuelto a caer en la heroína. Para ella dejar la metadona es un paso muy importante, y la ha dejado estando en la calle. “Me he tirado ocho años como una autómata”. Y además le suponía gravísimos problemas a su salud física. “Que meaba por el culo (con perdón)”. Abandonó la metadona en la calle y ahora se mete dos micras de caballo para paliar el mono de metadona. Sin embargo tiene la voluntad de salir de ese mundo, sobre todo porque quiere volver a ver a su madre a la que respeta con locura (le mintió diciendo que vive en una casa compartida porque no quiere que la vea así). Tiene un amor de los verdaderos que se llama Noa. Cuando habla de él siempre dice mi chico, y es otra de sus grandes motivaciones para abandonar definitivamente la droga y la calle. “Por eso en cinco días tiene que cambiarme mi historia, porque sino cambia, yo la cambiaré”. Estuvo un año en prisión por problemas de droga, donde "me daban medicación psiquiátrica sin necesitarla. Me dejaron anulada totalmente como persona solo por el hecho de ser una persona vivaracha, porque me gusta reír, porque no me han visto llorar las funcionarias".
Esa, entre otras, es una de las razones por las que desconfía del sistema y de las instituciones que ayudan a este colectivo. “Yo no creo en proyecto Hombre por el simple hecho de que te quieren meter en una urna de cristal, y las urnas, para los peces. No queda más que afrontar la realidad y vivir la droga en la puta calle”. Está de acuerdo en asumir sus responsabilidades y en pagar por lo que ha hecho, pero no esta dispuesta a soportar que traten de anular su personalidad. Más de un indigente coincide en que los organismos de ayuda, como el Samur Social (empresa privada subcontratada que da beneficios) y los Servicios Sociales, al contrario de favorecerlos complican su existencia e incluso, en algunas ocasiones, se vuelven hostiles. Cuentan –La Maru y Manuel (un colega suyo que participa en la conversación)– que más de una vez "vinieron los del Samur Social y nos despertaron por la madrugada, hacía un frío de la hostia y nos mojaron el suelo y los cartones para que nos fuéramos y no nos quedáramos en la calle". Lo achacan al hecho de vivir en el centro y de que ofrecen una mala imagen para los turistas. Si desde los organismos de ayuda a los indigentes se producen este tipo de hechos y no les ofrecen una verdadera asistencia personalizada, la sociedad que se siente incómoda cuando se encuentra con ellos en la calle pasa de largo por lo general. Sin embargo, es uno de los colectivos más vulnerables y amenazados de la sociedad española, así lo dice el INE: el 42% de las personas sin techo ha recibido insultos o amenazas, un 40% ha sido víctima de un robo y el 3,5% ha sufrido agresiones sexuales (13 % en las mujeres y 1,5% en los hombres); un 45,6% no pasa por la red asistencial y del 54,4% que sí la ha utilizado alguna vez, más del 60% opina que no le ha valido para nada. “En la escala social vamos a pisarnos los unos a los otros, y el que está más abajo es el más puteado porque lo pisa el uno, el otro y el otro. Estamos hasta el culo de que nos pisen”, dice la Maru con una dignidad que le ha valido el veto para entrar en los albergues, al igual que a otros compañeros que participaron en un vídeo emitido por elmundo.es, por el simple hecho de exigir soluciones correctas para ellos e intentar salir de la calle con dignidad. “Yo quiero cambiar, y me mandan con mi chico a Mayorales (un albergue), pero Mayorales yo no lo quiero, porque son barracones infrahumanos. Y en Casa de Campo (otro albergue) pasas un frío de la hostia. ¿Y qué pasa? Que a finales de marzo cierran Mayorales, lo abren solo para la campaña de frío. ¿Qué, na más somos pobres en invierno o qué?” Ya no confían demasiado en las instituciones y se cuestionan “¿Por qué necesitan que haya un Samur, un asistente social, cuando hay mil pisos en Madrid que están vacíos destinados a los sin techo? Pero si vas a eso. ¿Qué pasaría? Que dejaría de haber gente pobre en la calle y los que se verían en la calle serían el Samur Social, los asistentes sociales y su puta madre. Me parece injusto que nosotros seamos un negocio, seamos una letras de cambio”, comenta indignada. “Yo quiero que me adjudiquen un piso para irme con mi chico, y luego desde ahí empezar a desengancharme del caballo, ya que en la calle es muy jodido dejarlo, sobre todo porque necesitas un lugar donde poder recuperarte de los síntomas muy jodidos; el primer paso ya lo he dado, que es dejar la metadona. En la vida son escalones, yo sé que poco a poco lo voy a conseguir”, prosigue.
Pedro Cluster, un ex indigente de 54 años tiene un blog sobre indigencia, (http://www.sinhogar.org), además de participar en programas de radio y televisión para demandar apoyo real, ayuda, y aún mantiene amistad con sus ex compañeros de la calle. Es una de las pocas voces que reivindican los derechos de los sin techo. Su consigna es: CARIDAD NO, DERECHOS SÍ; DERECHO A UN TECHO DIGNO Y DERECHO A UNA CORRECTA ASISTENCIA SANITARIA. “Se sigue ofreciendo un sistema asistencialista y caritativo, más propio del siglo XIX que de nuestro tiempo, poco práctico, inútilmente costoso y nada eficaz. Pero eso sí, permite lavar conciencias, tranquilizar espíritus y enriquecer a unos cuantos”, explica en su blog. Pedro es amigo de Maru, ésta lo aprecia muchísimo y valora su coraje por haber dejado la calle. “Es un tío que está trabajando, que está ayudando a la gente que estamos en la calle; yo le adoro, ese si que es mi dios y mi líder”. Pedro tuvo suerte de encontrar un buen psicólogo y un psiquiatra (no un pastillero) que le ayudara a superar sus problemas mentales. Los problemas psíquicos y mentales son uno de los motivos de la exclusión social, aunque los perfiles del indigente son muy amplios. Según una encuesta de diciembre de 2005 del INE, corresponde a una persona con una edad media de 40 años, un 16% de los cuales tiene estudios universitarios y un 64 estudios secundarios. La mayoría son españoles, aunque cada vez hay más extranjeros, sobre todo de África, y se están viendo más sudamericanos en las calles (aunque en el caso de los inmigrantes el problema son los dichosos papeles). El alcohol, las drogas y la desestructuración familiar son otras de las circunstancias que llevan a la gente a vivir en la calle. Sin embargo, según dicha estadística, más de un 30% no tiene ninguna adicción y más de un 50% busca trabajo.
“Hay gente muy preparada, lo que pasa es que no nos escuchan, gente que te quedas con la boca abierta colega, verdaderos eruditos, y que han estado toda su puta vida trabajando pero por desgracias de la vida, por una depresión, por una hipoteca, por la familia, etc. están en la calle”, explica Maru, quien es un vivo ejemplo de ello: ha tenido casa, marido y una vida normal, ha trabajado como asistente sanitaria, pero ha caído por varios factores en este círculo (del cual ha aprendido mucho, ha hecho amigos verdaderos y hasta el amor ha tenido un huequito en medio del infortunio). “Soy pobre en dinero pero en otras cosas soy súper millonaria y tengo muchas cosas que gente con pasta ni soñaría tener. ¡Tengo una pareja que adoro, creo en el amor y vivo el amor en la calle, yo a mi chico lo adoro y mi chico me adora!”. Pero el humano enseñado a juzgar apenas ve las apariencias. “¿A mí me dicen que soy una yonqui?, pues sí, pero qué me vas a contar que yo no sepa. Porque yo sé lo que soy, y soy una señora”. Manuel la apoya. “La persona que dice eso (que somos yonquis) lo mismo son empresarios, estafan al fisco, al estado y al pobre. Y luego miran en ella y dicen: ¡es que eres yonqui, eres una mal educada! O sea, que ellos mismos se están cubriendo con los más débiles que no se pueden defender. Pero ellos son el diablo en persona… la doble moral colega”. Maru alega “Nunca puedes hablar mal de nadie porque no sabes lo que te puede pasar mañana. Y nunca puedes escupir pa arriba porque te cae en toda la jeta”.
La charla es interesante, se habla de todo y de nada, como la vida misma. “Lo que tú siembras lo recoges”, dice Maru. “Y lo que no”, interrumpe Manuel, “porque también hay gente que ha hecho el bien y ha recibido el mal por exclusividad, y sin embargo los perros y los sinvergüenzas han tenido suerte y se han llevado lo que no se merecían y nosotros… ya ves”, culmina. “Quizá porque somos demasiado legales y vamos con la verdad”, replica Maru. Para Manuel está clarísimo cual es el trasfondo que hace que más gente se vea abocada a vivir en la calle. “Es el sistema el que lo está generando; la vivienda por las nubes, el empleo por los suelos y los empresarios se lo llevan todo. Está todo tan podrido que el sistema lo único que hace es generar más conflictos, desigualdades, más abusos… que a los pobres les toquen todos los palos sin haber roto ni un plato y los que se forran a romper platos no paguen ni un platillo de postre”. De repente, desbordando alegría llega El Elvis, acompañado de su canino colega El Compi, y se suma al grupo a conversar y a tomar un vino. Hasta hace poco estaba pidiendo a escasos metros de la plaza: ¡Parejita, una monedita con alegría! O ¿Señores, algún millón que les sobre por ahí? Este muchacho de ojos tremendamente verdes cautiva a las chiquillas con sus galanterías, y a más de un transeúnte logra arrancar una sonrisa, siempre con esa vitalidad que lo caracteriza a la hora de conseguir alguna moneda. Pero no todos responden de la misma forma. “La otra noche pasaron dos maderos, uno era joven, y de repente se me queda mirando el menda y me dice: yo primero me suicido antes de estar pidiendo como tú. Y yo digo entre mí: que sabrás de la vida niñato, yo hasta hace seis años tenía pasta, familia y todo como tú, pero así es la vida, sin penas no sabría lo que es la alegría”, dice con una sonrisota y se larga detrás de una chavala que le presta atención. “Y se llaman educados”, dice Manuel (refiriéndose a los policías, el gobiernos y empresarios), gesticulando a modo de burla. “Si nos vamos a escudar en eso de la educación empezamos ya con la doble moral. Hoy parece que sólo tienen derecho a vivir bien cuatro, los demás ni siquiera pueden vivir bien normalmente. ¿Alguien va a cambiar eso? Porque es que en fechas de precampaña prometen de todo y en cuanto han cogido el poder ni te miran, na más que a los suyos, se reparten la vaca entre ellos y los demás no existimos”, apunta sin un solo respiro.
Sin embargo, el actual gobierno proponía en su programa electoral de hace cuatro años desarrollar planes autonómicos y locales de lucha contra la pobreza, elaborados desde la unidad de criterios y de intervención, con la participación de todos los agentes implicados. No obstante, los principales agentes implicados (los indigentes) no notan la efectividad. “Existen servicios sociales como albergues, comedores o servicios sanitarios. Pero las cifras y los hechos reflejan una insuficiencia en la atención y recursos destinados a las Personas sin Hogar, responsabilidad de la Administración Pública”. Así lo percibe Pedro Cluster, la voz más crítica con las ineficiencias de las instituciones y organismos de la Comunidad de Madrid. “La persona que está en la calle molesta y no tiene ningún derecho. A un indigente nadie le cuenta nunca a que tiene derecho, alguno tendremos digo yo. ¿No será que hay miedo a que se exijan responsabilidades, a que se cuestione el actual sistema de funcionamiento, a que se exijan resultados, a que se estudie a fondo la actual aplicación de los recursos?”, remata.
“Va a llover” dice La Maru, contenta al ver llegar a su amor El Noa. Pero la casita hecha por el ingeniero del cartón (así lo conocen sus colegas) está lista y a punto para protegerse de la lluvia… y a pasar otra noche más al cobijo del cielo; aunque hoy por culpa de la lluvia no podrán gozar de las estrellas.


Artículo de Fernando Chamorro, escrito en diciembre del 2008
Fotografías: Diana Moreno


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