11 de diciembre, 2012
Manuel Alcántara cree que en periodismo hay que escribir sobre temas
que interesen; por eso, aunque desprecia la figura del borracho (“yo no puedo
permitirme la mínima merma de mis pocas facultades”, bromea), el curtido
columnista sí frecuenta tabernas. “Para escuchar de qué habla la gente”, dice. Y
es evidente que este octogenario duro de oído escucha, sin embargo, bastante bien: ahí
tenemos sus artículos, literarios pero de la calle, sencillos pero estilísticos, llenos de personajes y anécdotas y de diálogo con aquel que lo lee.
En el homenaje que recibió en la Universidad
Complutense el pasado 29 de noviembre sucedió algo peculiar:
el maestro habló frente a un grupo de estudiantes de periodismo y no dio la
sensación de estar dándoles lecciones. Su charleta, amena y sabia, pareció más
bien la de un simpático anciano, de bigote chaplinesco y desparpajo juicioso,
explicando aparentemente sus temas más nimios (como sus holgados horarios de
sueño, por ejemplo): algo así… como una charla de taberna. Ni él parecía un
maestro ni ellos sus pupilos. Esos estudiantes de periodismo que le escuchaban,
que anotaban sus mejores frases con el objetivo del tuiteo, que aspiraban
a ser él, estaban en el mismo lugar en el que estaba él mismo al
principio, hace muchos años, cuando, siendo muy joven, le preguntó a Azorín qué
debía leer y Azorín le contestó “el diccionario”.
“El
humor español es trágico”
La realidad es que ese anciano tan simpático lleva medio siglo en la
cosa del periodismo, más de 14.000 artículos escritos y un puñado de premios y
publicaciones literarias a cuestas. Ha publicado en medios como Arriba, Ya o Pueblo, y a sus 84
sigue en plena actividad, colaborando con varios diarios del grupo Vocento. Ha
sido testigo, por otro lado, de la vida bohemia y literaria de Madrid, de los cafés de los años
cincuenta, de los divanes rojos del Café
Varela, de las tertulias (ahora sustituidas por el apresuramiento). Frecuentó a Alberti, a Celaya, a González Ruano, a Blas de Otero, a
Jaime Campmany... a tantos otros. Fanático del boxeo, dejó de escribir sus
apasionados artículos de combates cuando presenció la muerte del púgil Juan
Jesús Rubio Melero, en 1978. Fue algo así como un remordimiento de conciencia que
le entró cuando bajó a los vestuarios y lo vio inconsciente. “La conciencia
sólo sirve para eso, para remorder”, dice.
Manuel Alcántara y Teodoro León Gross en el salón de actos de la UCM |
Durante el franquismo se acostumbró a escribir entre líneas, como
muchos otros. Aclara que la censura de aquel tiempo se ha exagerado, y aclara
también, para despejar clichés, que él nunca fue un disidente. “Yo sabía las
reglas del juego”, dice. Es
decir, que nunca incurrió en el halago, "pero sí en cierto
comedimiento". En Arriba, órgano
oficial de la Falange, donde él era según Fernández Miranda "la cortina liberal", elogiaba a Neruda y Miguel Hernández, artistas
prohibidos. Escribió sobre Picasso en un periódico en el que, dos páginas antes,
le llamaban “brochagordista malagueño”. probablemente ha sido identificado con un poeta del falangismo, de forma injusta, según algunos. Eran
tiempos difíciles, reconoce, pero, en fin, como bien añade, “a nadie le han
tocado tiempos fáciles para vivir”.
“Hay
una variedad de periodismo que consiste en, averiguados los gustos del público,
suministrárselos. Es un periodismo más fácil. Lo difícil es la caza del lector”.
Es un viejo que hace reír a un público joven con pasmosa facilidad. El
humor en la obra de Alcántara es crucial, es tierno, es irónico. De una ironía "piadosa", como dice Teodoro León Gross. El hombre al
que se le da “muy bien reírse” se ríe, efectivamente, de todo: de las costumbres, de la
política, de Benavente, de la juventud… de sí mismo. “España es país de
malhumoristas”, dice. Frente al humor inglés, donde el dolor está más
“amortiguado”, cree que la ironía española es más hiriente. “Si es pura
crueldad, no es humor”, opina el escritor, que cita al recientemente fallecido
Tony Leblanc como un referente.
Alcántara es optimista, casi hasta el punto de hacer los crucigramas
con tinta china. Cree que para hacerse una idea del mundo hay que mirar al mar
y leer a Manrique. Cree que la vida es una breve estancia. Y si algo queda
claro es una cosa: que el veterano articulista reivindica, a todas luces, el buen humor y la alegría de vivir,
por difíciles que sean los tiempos. Una buena enseñanza que aprender del
maestro.
Homenaje a Manuel Alcántara en el salón de actos de la UCM |
Artículo y fotografías de Diana Moreno
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